La vida de colores
Una mujer a la que la vida en matrimonio le sorprendió. La historia de un infierno de nueve meses en el que María Candela sólo quiere ver la vida de colores, como siempre había sido. ¿Qué hubiera pasado si ella hubiera tenido un poquito más de fuerzas al final? Un mensaje para todas las que todavía no se atreven a decir “no”.
El personaje:
Candela de la Vega, una mujer de más de treinta y un años, guapa, con aspecto normal. Recibe a la gente del público como si de una reunión de amigos, se tratara. Los abraza, los saluda, les da las gracias por venir... Ataviada con un vestido negro, arreglada y con tacones. Durante la obra la actriz se irá cambiando de vestuario allí mismo, en escena, y pasará por un chándal y suéteres de “lana gorda”, para terminar con una mini falda vaquera, una camiseta y descalza. En escena hay un baúl de madera, cerrado, con algunos cojines de colores, donde ella se irá sentando a ratos, mientras cuenta su historia. Habla a público. Tranquila y serena, con cierto aire melancólico.
Mientras cuenta su historia, irá proyectando, ya sea en proyector o en una televisión grande, imágenes reales que documentan el relato. Es una historia basada en hechos reales. En un momento del monólogo, veremos cómo, en la parte interna de las piernas, tiene sangre seca y se dejarán ver algunas marcas y morados tapados con maquillaje. Candela es una mujer aparentemente fuerte, sencilla y sonriente. Cuenta su historia con absoluta normalidad. Vemos su gran inocencia y la educación “tradicional” que le inculcó su madre. A medida que el monólogo avanza va dejando ver su dolor, su rabia y su tristeza, en pequeños momentos. El monólogo debe ser un drama por la historia que se cuenta, pero no por cómo la actriz lo cuente.